¿Cuándo es saludable el miedo?
Sección Editorial
- Por: Ron Rolheiser
- 23 Septiembre 2024, 23:54
¿Por qué ya no predicamos sobre el fuego del infierno? Esa es una pregunta que se hacen con frecuencia muchas personas religiosas sinceras que se preocupan de que demasiadas iglesias, sacerdotes y ministros se hayan vuelto blandos con el pecado y sean demasiado generosos al hablar sobre la misericordia de Dios. La creencia aquí es que más personas vendrían a la iglesia y obedecerían los mandamientos si predicáramos la cruda verdad sobre el pecado mortal, la ira de Dios y el peligro de ir al infierno cuando morimos. La verdad te hará libre, afirman estas personas, y la verdad es que existe el pecado real y puede haber consecuencias reales y eternas por el pecado. La puerta al cielo es estrecha y el camino al infierno es ancho. Entonces, ¿por qué no predicamos más sobre los peligros del fuego del infierno?
Lo que es válido en este tipo de razonamiento es que predicar sobre el pecado mortal y el fuego del infierno puede ser eficaz. Las amenazas funcionan, lo sé. Crecí sometido a este tipo de predicación y admito que afectó mi comportamiento. Sin embargo, ese efecto fue ambivalente: por un lado, me dejó lo suficientemente asustado ante Dios y la vida misma como para temer alejarme demasiado de lo moral o religioso. Por otro lado, quedé paralizado religiosa y emocionalmente de algunas maneras profundas; en pocas palabras, es difícil ser amigo íntimo de un Dios que te asusta y no es bueno, ni religiosamente ni en ningún otro sentido. El miedo al castigo divino y al fuego del infierno, hay que admitirlo, pueden ser eficaces como motivadores.
Entonces, ¿por qué no predicar el miedo? Porque es incorrecto, pura y simplemente. El lavado de cerebro y la intimidación física también son eficaces, pero son antitéticos al amor. No entras en una relación amorosa porque sientes miedo o amenaza; entras en una relación amorosa porque te sientes atraído a ella por el amor.
Más importante aún, predicar la amenaza divina deshonra al Dios en quien creemos. El Dios que Jesús encarna y revela no es un Dios que envía a personas sinceras y de buen corazón al infierno contra su voluntad por algún desliz humano o moral que en nuestras categorías religiosas consideramos un pecado mortal. Por ejemplo, todavía oigo esta amenaza que se predica en nuestras iglesias: si no vas a la iglesia el domingo, es un pecado mortal y si mueres sin confesarlo, irás al infierno.
¿Qué clase de Dios respaldaría este tipo de creencia? ¿Qué clase de Dios no daría a las personas sinceras una segunda oportunidad, una tercera y setenta y siete veces siete oportunidades más si siguen siendo sinceras? ¿Qué clase de Dios le diría a una persona arrepentida en el infierno: “Lo siento, pero conocías las reglas. Ahora estás arrepentido, pero es demasiado tarde. ¡Tuviste tu oportunidad!”.
Una teología saludable de Dios exige que dejemos de enseñar que el infierno puede ser una sorpresa desagradable que aguarda a una persona esencialmente buena. El Dios en el que creemos como cristianos es comprensión infinita, compasión infinita y perdón infinito. El amor de Dios supera al nuestro y, si nosotros, en nuestros mejores momentos, podemos ver la bondad de un corazón humano a pesar de sus fallas y debilidades, cuánto más Dios lo verá. No tenemos nada que temer de Dios.
¿O sí? ¿No nos dice la Escritura que “el temor del Señor es el principio de la sabiduría”? ¿Cómo se relaciona eso con no tener miedo de Dios?
Hay diferentes tipos de miedo, algunos saludables y otros no. Cuando la Escritura nos dice que el temor de Dios es el principio de la sabiduría, el tipo de miedo del que habla no depende de sentirse amenazado o ansioso por ser castigado. Ese es el tipo de miedo que sentimos ante los tiranos y los abusadores. Sin embargo, hay un miedo saludable que es innato dentro de la dinámica del amor mismo. Este tipo de miedo es esencialmente la reverencia adecuada, es decir, cuando amamos genuinamente a alguien, temeremos traicionar ese amor, temeremos ser egoístas, temeremos ser groseros y temeremos ser irrespetuosos en esa relación. Temeremos violar el espacio sagrado dentro del cual ocurre la intimidad. Metafóricamente, sentiremos que estamos parados en tierra santa y que es mejor quitarnos los zapatos ante ese fuego sagrado.
Además, las Escrituras nos dicen que cuando Dios aparece en nuestras vidas, casi siempre, las primeras palabras que oiremos serán: “¡No tengan miedo!”. Esto se debe a que Dios no es un tirano que juzga, sino una energía y una persona amorosa, creativa y llena de alegría. Como nos recuerda Leon Bloy, la alegría es la indicación más infalible de la presencia de Dios.
Al famoso psiquiatra Fritz Perls, un joven fundamentalista le preguntó una vez: “¿Has sido salvado?”. Su respuesta fue: “¿Salvado? ¡Todavía estoy tratando de averiguar cómo gastarme!”. Honramos a Dios no viviendo con miedo de ofenderlo, sino gastando con reverencia la maravillosa energía que Dios nos da. Dios no es una ley a obedecer, sino una energía gozosa dentro de la cual gastarnos generativamente.
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