Me preguntan algunos empresarios en la Reunión Anual de Industriales cómo puede suplirse el asistencialismo social, que es muchas veces populista, con el altruismo privado, que es más honesto y transparente.
De entrada, les rebato con el argumento tajante de que no todos los programas de asistencia social son populistas. Algunas políticas públicas, si están bien diseñadas y operadas, equilibran las fallas del mercado o redundan en beneficio claro y explícito, como Capullos.
Estas son instituciones inclusivas.
Por otro lado, tampoco creo en las bondades del altruismo a la manera de Ayn Rand, quien, por cierto, era atea, y no hay nada menos egoísta en teoría que el cristianismo, que implica dar sin esperar nada a cambio.
¿Qué alternativa hay entonces al altruismo o la caridad? Una práctica poco conocida en Nuevo León, y a la que algunos somos muy afectos desde hace muchos años: el altruismo efectivo.
¿Qué significa el altruismo efectivo? Lo explico con un ejemplo. Si yo dono o hago una aportación benéfica sin tener claro a dónde van a parar mis recursos, cedidos voluntariamente por mí, estaré tirando mi dinero, cuando lo que yo pretendo es hacer el bien de la manera más eficiente posible.
Dicho de otro modo, para ser altruista, necesito primero evidencias y razonamientos que me determinen la manera más efectiva de ayudar a mis semejantes y luego actuar en consecuencia, porque podría estar haciendo un daño más que un bien, y eso sin darme cuenta.
El altruismo efectivo implica el deseo de maximizar el impacto social de los recursos que yo disponga para una buena causa. Así sea mi dinero, tiempo o alguna habilidad que yo tenga y ponga al servicio de los demás.
Otro ejemplo: algunos amigos regiomontanos (en realidad, son sampetrinos ricos, amigos míos), hemos aportado recursos para apoyar a vecinos de escasos recursos que estén más expuestos al dengue. Y, esto lo hacemos mediante análisis de evidencias y razonamiento. Para acabar pronto con nuestra aportación, pagamos la puesta de mosquiteros en hogares de escasos recursos.
Si se piensa que no tiene sentido poner mosquiteros en los hogares del cerro de La Campana, se incurrirá en un grave error. Los mosquiteros son una solución práctica para que no se cuelen los mosquitos y no se propague el dengue. Son miles los casos y la estadística no baja en Nuevo León.
Las decisiones sobre los mosquiteros las tomamos a partir de datos que demuestran qué intervenciones alcanzarán los resultados más favorables en las colonias populares, evaluando las diferentes formas de ayudar, contemplando costos, el impacto social y la escalabilidad de la solución. Y, obvio, sin hacerle publicidad a ningún partido político, porque no se trata de buscar fines electorales. Sería lo más deshonesto en nuestro caso.
¿Por qué debemos contemplar estos factores? Simple: porque los recursos siempre son limitados, así que debemos enfocar nuestro altruismo a causas que generen el mayor impacto colectivo, con indicadores econométricos.
En el caso al que me refiero, nuestra aportación se dirigió recientemente a comprar unidades de mastografía móviles, que pondremos a disposición de las mujeres de Nuevo León de manera gratuita.
Esperemos que la autoridad pública municipal no nos ponga trabas a nuestra acción de buena fe. Cumpliremos con todas las normas y las disposiciones oficiales.
La generosidad tiene también sus recompensas. Y los nuevoleoneses somos muy generosos, con excepción de algunos políticos cuya única misión en la vida es robarse cuanto se les atraviese por el camino. Allá ellos y su conciencia. Y si se van al bote, mejor para Nuevo León. Un bandido menos.