¿Por qué satanizar las tonterías cuando estas son expresadas sin cortapisas y a veces hasta son presumidas?
¿Acaso sacarlas del closet no es un acto honesto que muestra sin máscaras la personalidad de quienes las exhiben sin disimulo?
¿Por qué asumir que las majaderías sólo pueden ser determinadas por el grupo que se cree poseedor de su patrón y soslaya la transparencia y libertad de quienes las expresan?
Recuerdo cuando en la juventud, que supongo tuve, me encontraba como bombero voluntario en el vestíbulo de un edificio en llamas ubicado en Fundidora Monterrey.
Era de madrugada y casi no había visibilidad, tanto por la obscuridad propia de la hora como por el humo, sin embargo, alcancé a observar los intentos de un par de apagafuegos profesionales para tratar de echar abajo una puerta que impedía ingresar al área siniestrada.
—¡Capitán!... ¿Tiro la puerta? —pregunté más en el papel de novel bombero que en el de émulo de Sansón.
—¡Róoompalaaaa! —fue la enérgica orden del oficial al mando. Bastó una sola patada para que la puerta cediera y rebotara contra la pared.
Ante el éxito obtenido, diría mi mamá, pronto recibí una nueva orden:
—Rompa los vidrios del área de recepción para que salga el humo.
Todo sería cuestión de quitarme el casco, tomarlo de un extremo, brincar para alcanzar los cristales y golpearlos con fuerza moderada.
“¿Ah, así tan fácil?”, parece que me dijo con ironía el destino. ¿Por qué? Ya verán:
Primer brinco entre las tinieblas y el humo y… “¡Zas!”, nada.
Segundo intento, asumiendo que sólo sería cuestión de emplear un poco más de fuerza y… “¡Zas!”, otra vez sin resultados.
Tercera tentativa: no tendría motivo para desesperarme, reflexioné, pues seguramente esos vidrios eran gruesos por requerimiento de la actividad industrial que se registraba en el predio, debido a lo cual bastaría atacarlos con más determinación… “¡Súper Zas!”, y nuevamente objetivo no alcanzado.
Cuarta intentona: asumí el caso como un reto personal y recordé que un bombero, aun siendo voluntario, debía obedecer y cumplir órdenes, aunque tuviera que enfrentarse a cristales de alta resistencia… “¡Tengan, para que aprendan!”. En una ocasión más, el resultado fue negativo.
¿Y si por alguna razón fueran superficies blindadas?, llegué a especular antes de registrar la quinta acometida. No, no creo, me dije poco antes con relación al supuesto blindaje, por lo que decidí que esta vez debería emplearme a fondo…
“¡Ultra tómala!”. Nada otra vez, no obstante, tras esta oportunidad revisé mi casco, temiendo que el vidrio más resistente que había conocido lo hubiera dañado.
Justo cuando me debatía entre hacer un nuevo intento o establecer una tregua con los vidrios de las ventanas desafiantes, alcancé a escuchar un chistar:
—Pssstt... Pssstt… Joven, joven —volteé y distinguí a un obrero que me hablaba desde afuera del edificio.
Atendí sin dilación su llamado, suponiendo, como en realidad fue, que me requería para darme información importante relacionada con el siniestro.
Como quien comparte un secreto, el hombre, a quien siempre reconoceré su discreción, me dijo en voz baja, con respeto y sin esbozar sonrisa alguna:
—Es que los barrotes protectores están por dentro.
Acto seguido, con prontitud, pero al mismo tiempo con disimulo, aparentando caminar fuera del edificio como si siempre hubiera sabido lo que debía hacer, rompí los vidrios en el primer intento y luego retorné al interior del inmueble deseando que nadie más hubiera sido testigo de mi disputa con el acero, en lugar de con el cristal.
Unas horas después regresé a la Estación Central con mi orgullo más golpeado que los vidrios del sitio que había estado en llamas.
Despreocupado por cuidar mi imagen, repaso esta anécdota a propósito de la difusión del video en el cual aparece el candidato presidencial de Movimiento Ciudadano, Jorge Álvarez Máynez, acompañado de políticos como el gobernador Samuel García Sepúlveda.
Ese documento audiovisual muestra al aspirante emecista consumiendo presuntamente bebidas alcohólicas y burlándose del Instituto Nacional Electoral y del candidato priista a senador por Sonora, Manlio Fabio Beltrones.
Si sobre advertencia no hay engaño, ¿por qué dar el carácter de negativo a un hecho que estaría mejor encuadrado en lo informativo, es decir, en la presentación de una persona tal como es, sin ningún disfraz?
Es sólo pregunta, quizá importante en tiempos de decisiones electorales.
riverayasociados@hotmail.com