Estamos a poco más de una semana de que termine el 2024, un año histórico en muchos sentidos, marcado por cambios trascendentales en el país y también por continuos desafíos a nivel local.
En el ámbito nacional, este año cerró el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el arquitecto de la Cuarta Transformación. Fue un sexenio que transformó profundamente las bases del país, enfocándose en combatir la corrupción, redistribuir la riqueza y dar prioridad a quienes históricamente habían sido olvidados. Los avances económicos son innegables: un salario mínimo que finalmente recupera poder adquisitivo, proyectos de infraestructura de magnitud histórica como el Tren Maya y la Refinería Dos Bocas, y un modelo de austeridad republicana que redefinió la relación entre el gobierno y los recursos públicos. Definitivamente, el legado del presidente López Obrador no se limita a los números. Su verdadero logro fue poner al pueblo mexicano al centro de la vida pública, recordándonos que el poder pertenece al pueblo y debe ser ejercido en su beneficio.
El fin del sexenio también marcó el inicio de un nuevo capítulo en la historia de México: la llegada de Claudia Sheinbaum como la primera presidenta de nuestro país.
Su victoria, con una votación histórica, no sólo consolidó el proyecto de la 4T, sino que también envió un mensaje poderoso al mundo. Hoy, México está liderado por una mujer que encarna la lucha por la igualdad, la justicia social y la sostenibilidad ambiental. Su mandato inicia con la esperanza de millones que ven en ella una continuación del proyecto de transformación.
Sin embargo, mientras el panorama nacional ofrece razones para la esperanza, en Nuevo León el 2024 será recordado por motivos menos positivos. Nuestro estado enfrenta una serie de crisis que parecen profundizarse y agravarse con cada año.
La movilidad sigue siendo un caos. Los embotellamientos interminables y un transporte público insuficiente y caro se han convertido en el pan de cada día para las y los regiomontanos. Las promesas de soluciones integrales se han quedado en el discurso; se han vuelto palabras huecas y cínicas, mientras la realidad en la calle se agrava.
La inseguridad, por su parte, es un problema que sigue sin resolverse. Las cifras de homicidios, robos y delitos de alto impacto siguen siendo alarmantes, y una sensación de miedo entre los ciudadanos se vuelve más generalizada. El conflicto político sólo ha hecho que la coordinación en muchos temas, pero sobre todo en la seguridad, sea inexistente. Existe la sensación de que nuestras autoridades locales están más ocupadas en sus disputas políticas que en garantizar la seguridad de todos. En el tema ambiental, los problemas también se acumulan. La contaminación del aire sigue siendo gravísima en varios momentos del año, y la falta de agua sigue siendo una preocupación constante, especialmente en las zonas más vulnerables de nuestro estado.
Del conflicto político entre el MCPRIAN, mejor ni hablamos. Este año cerrará como el tercer consecutivo sin un presupuesto aprobado en el Congreso del Estado. La falta de presupuesto es quizás el estancamiento político más grave, pero existe una incapacidad general para llegar a acuerdos, lo que refleja una falta de liderazgo y voluntad política entre las partes.
Las soluciones a los problemas son igual de lamentables. En lugar de buscar alternativas que protejan a la ciudadanía, se ha optado por cargarle el costo a la población. Ante la falta de un mayor presupuesto, los municipios han optado por anunciar incrementos al impuesto predial, francamente desproporcionados. Por parte del Gobierno del Estado, se está buscando aumentar las tarifas del transporte público, pese al pésimo servicio que otorgan a los usuarios.
El 2024 es, entonces, un año de claroscuros. Busquemos para el 2025 la transformación de Nuevo León: una ciudadanía más unida para exigir soluciones reales y responsables, y un gobierno empático que ponga al pueblo en el centro y a la cabeza. Esa es la única vía.