En una entrevista reciente, el senador Waldo Fernández le comentó a quien escribe esto que una solución para el “pleito” que se traen entre el gobierno del estado y la oposición pri-panista sería integrar un gobierno de coalición en Nuevo León.
¿Qué quiere decir eso? En términos simples, compartir la gobernanza desde el Poder Ejecutivo con otras fuerzas políticas que también obtuvieron algún grado relevante de respaldo ciudadano en las votaciones y que, si bien no ganaron, ameritan que se les abran algunos espacios no mayoritarios dentro del quehacer gubernamental.
El concepto es mucho más común en Europa, donde muchas de las estructuras gubernamentales nacionales conllevan conceptos de gobiernos de coalición.
¿Qué ventajas ofrece? Que los rivales políticos dejan de ser “enemigos absolutos”, al quedar del mismo lado de la gobernanza y tener que trabajar en equipo para los mismos fines, pues comparten los mismos retos.
Así, se comparte no sólo el poder, sino también la responsabilidad de dar resultados. Y así como se comparten los éxitos, también los fracasos tienen un costo para los partidos involucrados en dicho gobierno.
¿Por qué son justos los gobiernos de coalición? Porque, si bien los ganadores de la elección son quienes merecen llevar la batuta de la gobernanza por el mandato conferido por los ciudadanos, las otras fuerzas políticas que obtuvieron respaldos populares considerables también merecen ocupar espacios y, así, representar a los segmentos de población que los votaron.
Aunque el Poder Legislativo es el espacio donde mejor debe quedar representado el balance político expresado por los ciudadanos en las urnas, integrar el crisol político al Poder Ejecutivo también se antoja justo y hasta conveniente, en el entendido de que seguirá dirigido por la fuerza política mayoritaria que la ciudadanía eligió.
Bajo esta lógica, el gobierno de coalición es propicio para sociedades claramente plurales y con un importante grado de división, como es el caso de Nuevo León.
Aunque las leyes electorales y políticas en México no contemplan la figura como tal, integrar una administración tipo “gobierno de coalición” es tan fácil como que el Ejecutivo designe a personajes de la oposición en algunas de las dependencias que comanda, sin perder el control del rumbo dominante del gobierno.
Quizá no sea tarde para que el gobernador de Nuevo León, Samuel García, considere la idea y pueda concebir formas de hacer partícipe de su gobierno a esa oposición que hoy es férrea, que lo frena y que se vuelve un obstáculo constante a sus proyectos, pues la actual situación no sólo ha afectado a la propia administración, sino a la sociedad nuevoleonesa en su conjunto.
Porque, entonces, ahora pareciera que una elección que resulte dividida, en vez de derivar en congresos y administraciones plurales y ricas, y gobiernos balanceados y mejor vigilados, termina generando situaciones de empantanamiento absoluto donde las tareas administrativas esenciales al gobierno sencillamente no prosperan.
La democracia debe conducirnos a gobiernos armónicos, gentiles, balanceados, alejados del esquema dictatorial y absolutista. Pero para ello requieren funcionar de manera coordinada y propositiva entre las fuerzas políticas que cuentan con un probado respaldo ciudadano.
Quizá, como sugiere Waldo, una buena solución para Nuevo León es el concepto de “gobierno de coalición”.
Veremos si Samuel encuentra en esa idea una solución astuta y conveniente a los retos que enfrenta su administración.