1. Todavía recuperándonos de las desveladas y los festejos navideños, apreciando los regalos recibidos y también, hay que decirlo, esperando que se hayan valorado los que obsequiamos, vivimos la postNavidad con una suerte de resaca existencial.
Y no me refiero a la nostalgia y melancolía que muchas personas sienten por la reciente pérdida de un ser querido, o por el recuerdo de incidentes desagradables sucedidos, precisamente, en estas fechas. Más bien, creo que estamos todavía abrumados por el bombardeo de estímulos recibidos en estos días.
2. Sin embargo, seguimos en esta inercia que nos permite vivir una Navidad disruptiva, es decir, no convencional, sin los cartabones que se repiten año con año. Y, más allá de nuestra experiencia en estos días previos, espero que las celebraciones no hayan sido estáticas, como si estuviéramos ante una exposición artística en un museo; tampoco ciegas y sordas ante el sentido espiritual del acontecimiento celebrado; ni, mucho menos, reuniones sin impacto alguno en nuestras vidas. Ojalá, entonces, que hayan sido dinámicas, espirituales y comprometidas.
3. Siempre me ha llamado la atención la inmovilidad de los nacimientos, del pino navideño, de la corona de Adviento, de los adornos. Por más que se coloquen luces intermitentes, o hasta una pequeña cascada de agua, las imágenes principales -José, María, el Niño Dios, los animales, los pastores y los ángeles- aparecen inmóviles. Y debería ser lo contrario, pues todos esos personajes tuvieron que ponerse en movimiento para la realización del gran misterio. La Navidad es, debió ser, esencialmente, dinámica, cargada de acción, de cambio, de transformación.
4. También, la cena o comida navideñas no pudo ser una reunión más. Es cierto que lo celebrado es un nacimiento y no un funeral, por lo que no hay cabida para la tristeza. Sin embargo, el estruendo y los chistes de mal gusto no deberían tener espacio en ese encuentro familiar. Algún signo de espiritualidad era necesario, y ojalá alguien de la familia haya solicitado un momento de reflexión, de agradecimiento, de oración. La Navidad evoca el contacto de lo humano con lo divino, de la tierra con el cielo, de la materia con el espíritu, teniendo al amor como gozne unificador.
5. Y, en tercer lugar, -lo saben bien los papás y los abuelitos- la llegada del Niño Dios, como la de cualquier bebé, nos cambia la vida. Es preciso modificar agendas, asumir actitudes más cuidadoras, contemplar otra serie de prioridades, valorar nuevos protocolos. Más allá de los propósitos que nos haremos la próxima semana, con motivo del Año Nuevo: ¿a qué nos compromete este nacimiento? Si Él viene a iluminar y a fortalecer este mundo, tan necesitado de luz y esperanza: ¿estamos dispuestos a ser también luces y aliento para quienes nos rodean?
6. Ojalá y hayamos vivido una Navidad disruptiva, alejada de lo convencional. Que ella nos siga impulsando con su dinamismo para construir un mundo mejor para todos. Que su gran espiritualidad nos ayude a transmitir no solo buenos deseos, sino un proyecto humano menos materialista y más integral. Que asumamos el compromiso inherente al nacimiento de Jesús en nuestros corazones y en nuestra sociedad. Ojalá que, a lo largo de todo el próximo año, vivamos una permanente Navidad: dinámica, espiritual y comprometida.
7. Cierre icónico. ¿Qué quisimos decir cuando dijimos Feliz Navidad? Algo así como te deseo que seas muy feliz en este día porque Dios viene a nuestros corazones y a nuestra sociedad. Pudiendo permanecer en lo alto de los cielos, quiso hacerse como uno de nosotros. Ese Niño se convirtió en el gran promotor del Reino de su Padre: un reino de verdad, justicia, paz y amor. Te felicito porque quieres ser su seguidor, porque asumes su causa, porque apuestas por un mundo mejor para todos, porque eres capaz de dar y no solo de recibir. Por eso: ¡Feliz Navidad 2024!
José Francisco Gómez Hinojosa
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey