El significado del término que ocupa el título de nuestra columna de hoy contiene muchas acepciones que, según la Real Academia de la Lengua, van de la mano con la acción y ocasión.
Su interpretación va muy de acuerdo con el territorio en donde es pronunciado, pues según “el tumbaburros” lingüístico, la palabra cabrón diferencia a una persona de un animal o de una cosa y, por lo regular, se identifica por hacer malas pasadas o resultar molesto.
Pero también es el dicho de un hombre que padece la infidelidad de su mujer, y en especial si la consiente. Además, en Cuba, por ejemplo, la palabra es el dicho de una persona experimentada y astuta, aunque también puede representar a un hombre disgustado, de mal humor o de mal carácter; de esos de los que casi no están plagadan nuestras regias y atoradas vialidades.
Y, para definir y ser más certeros en su significado, estimado lector, los sinónimos o afines de cabrón son los de canalla, malo, malintencionado, malévolo, pérfido, cabrito, además de cornudo consentido; de esos raros, muy raros especímenes que, por fortuna, no pululan en nuestra sociedad.
¡¿Vaya usted a creer, estimado lector?! Además, el término aplicado “mexicanísimamente” al ser humano traspasa los más amplios límites de las fronteras democráticas que supone componen las sociedades de nuestro tiempo.
Pues, de entrada, el término aplica tanto al varón como a la mujer sin importar edad, nivel académico o socioeconómico; y, claro, muy ad hoc a nuestros tiempos, sin excluir a cualquier miembro de un género natural o “inventade” por las nuevas culturas sociales inclusivas.
Entonces, explicado lo anterior y por encima de todas las leyes, poderes y reformas, “cabrón” es con seguridad el término más democráticamente utilizado en el lenguaje mexicano.
Y es que cabrón, en nuestro país, puede ser cualquiera: desde un inocente niño con las ínfulas traviesas de “pepito”, hasta cualquier ciudadano común y corriente que en su haber genere los méritos suficientes y hasta eso; ni eso, para ganarse tan honroso y mexicanísimo título.
Así pues, estimado lector, el título de cabrón lo puede adquirir cualquier persona, desde un honrado periodista, un avispado lector, un ejemplar maestro, un salvador doctor, un osado policía, un audaz rescatista, un entregado marido y hasta un apacible seminarista.
En la idiosincrasia de nuestro México democrático, el término en cuestión le da cabida a todos y a cada uno de los miembros de nuestra sociedad sin distinción alguna: al poderoso, al humilde, al débil, al necesitado, al moreno, al prieto, al güero, al alto, al chaparro, al enano, al rico, al clase media, al pobre, al aspiracionista, al chairo, al morenista, al prianísta, al emecista, al funcionario, al político o al gobernante.
Todos, como mexicanos, en mayor o menor medida, somos cabrones. Y tan prueba de ello, estimado lector, es la refriega en la que aún estamos inmersos en las esferas políticas del país y del estado, en donde ya no se siente lo duro, sino lo tupido entre la ola reformista de una aplanadora oficialista que, imponiendo la reforma judicial, está implantando un nuevo régimen de viejas prácticas muy alejadas al espíritu democrático, equilibrado y equitativo al que hasta hace poco habíamos aspirado.
Prueba también es a nivel local el desaguisado que fluye como drenaje destapado entre los poderes ejecutivo y legislativo en que, a falta de acuerdos, la pugna sigue como siguen sin resolverse los presupuestos, apoyos a los municipios y la atención adecuada a las necesidades más apremiantes de la sociedad.
Por ello, quizás por encima de los graves problemas de nuestras comunidades, en estos días de jolgorios patrios debemos sacar desde el corazón el nacionalismo que nos distingue y, sin excluir a absolutamente a nadie, especialmente a ningún político, entonar emocionados a manera de un grito personal de independencia: ¡Viva México, cabrones! Por hoy es todo, medite lo que le platico, Estimado lector, esperando que este nuevo amanecer se traduzca en un reflexivo día.
Por favor, cuídese y ame a los suyos; me despido honrando la memoria de mi querido hermano Joel Sampayo Climaco, con sus hermosas palabras: “Tengan la bondad de ser felices”. Nos leemos Dios mediante aquí el próximo lunes.