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Opinión

Otro dedazo presidencial, 1973. Segunda parte

Pensando en La gente

Sin la oposición panista para las elecciones municipales del 2 de diciembre de 1973, la militancia priista de Monterrey confiaba en que su dirigencia nacional daría apertura para que los diferentes sectores propusieran a sus precandidatos a la alcaldía regia. Sin embargo, solo fueron ilusiones; al final, impuso a su candidato de unidad. Veámoslo a continuación. 
 
El 13 de octubre se dio a conocer que Leopoldo González Sáenz sería el abanderado tricolor para la alcaldía regia. Alejandro Belden Azcárraga, uno de los aspirantes al cargo, junto con sus simpatizantes, hizo un último intento por arrebatarle la candidatura a González Sáenz.  La noche anterior, en una junta urgente, los representantes de los tres sectores del PRI decidieron lanzar la convocatoria para que se publicara el día referido, evitando cualquier sobresalto por parte de algún otro precandidato.
 
González Sáenz, en ese tiempo diputado federal, aceptó la propuesta, que lo sorprendió un tanto, ya que no era el candidato ni de Echeverría ni de Zorrilla. Pero, por su buena labor en la administración municipal anterior, “vieron en él el trabajo de un hombre comprometido con la pasión del servicio… El destino lo obligó a tomar decisiones y regresar a Monterrey para tomar un segundo periodo como presidente municipal de la capital nuevoleonesa, ya que era la mejor carta del partido para superar la crisis local y nacional en que estaba envuelto el país”. 

En una entrevista de 2012, explicó por qué fue el elegido: “En 1973 ni el mismo presidente me tenía como su candidato. Mira, si no asesinan a Garza Sada, no hubiese sido alcalde por segunda ocasión. A eso se debió que volví, y parte por los errores graves del gobernador en turno, Pedro Zorrilla. 

El propio Echeverría le dijo a Jesús Reyes Heroles, quien dirigía al PRI, que el asesinato del industrial había generado una crisis política muy fuerte y que no sabía a quién designar candidato a alcalde. Reyes Heroles le recomendó al presidente que el indicado era yo. No me sentía de su equipo, pero el dirigente de mi partido insistió en que cuando terminé la alcaldía la primera vez, pues “algo bueno hizo este muchachito que lo despidieron todos los clubes de servicio y hasta el Consejo de Directores y Maestros del Instituto Tecnológico, presidido por el finado don Eugenio. […] Así que fue contra la voluntad también del gobernador Pedro Zorrilla, quien nunca me aceptó… pero ni modo.” 
 
Al momento de su designación, tenía 48 años de edad. Había sido diputado federal en tres ocasiones (1958 -1960, 1965-1968 y en 1973, periodo en el que solamente duró 42 días como legislador). Durante 1961 a 1964 fue presidente municipal de Monterrey y de 1967 a 1971 director del Metro de la Ciudad de México. El 14 de octubre llegó a Monterrey procedente de la capital de la República y se trasladó directamente a las oficinas del PRI estatal para registrarse y empezar a organizar su campaña electoral. En los rotativos locales se informó que “todos los grupos que tenían apoyo por un precandidato se unieron a la campaña de González y que sólo uno mantiene resistencia”. 

Al respecto,  el 14 de octubre, el Delegado Nacional Florencio Salazar comentó en rueda de prensa que había logrado dialogar con los grupos que apoyaban a los precandidatos Alejandro Belden, Porfirio Díaz y Alfonso Rangel Guerra, “quienes habrían aceptado la postura del partido y respaldarían la candidatura de González Sáenz, y sólo el grupo de Emilio González Zambrano mantiene la rebelión en el PRI”.
 
El lunes 15 de octubre, sindicatos de trabajadores, asociaciones de alumnos de la UANL y demás agrupaciones fieles a Emilio González Zambrano se manifestaron en contra de la imposición. Declararon su desacuerdo con la política antidemocrática del PRI y solicitaron garantías para su registro. Esta fue la última nota aparecida en los matutinos de la ciudad sobre el tema. Todo parece indicar que hubo un arreglo con los disidentes que cuestionaban la candidatura de González Sáenz. El presidente del PRI estatal, Eduardo Segovia Jaramillo, declaró días después, tras difundirse esta polémica, que “las voces opositoras en el partido son síntoma del trabajo democrático que existe entre los militantes. Afirmó que todas las voces son válidas y todos pueden tener legítimas aspiraciones, pero que el PRI se apega a la realidad para ganar las elecciones. (…) Creemos que la selección hecha ha sido, no la perfecta, porque es imposible, pero sí la más apegada a la realidad social de cada municipio”.
 
Ese mismo día, González Sáenz se registró como precandidato único del PRI para aspirar a la presidencia municipal de Monterrey. Declaró ante una comitiva de más de cuatro mil simpatizantes que lo acompañaron, que no era ningún improvisado, que tenía 24 años de pertenecer al partido y que amaba las causas nobles, como lo era el servir por segunda ocasión al pueblo de Monterrey. Un día después, las Secciones 64, 66, 67 y 68 del Sindicato Minero lo apoyaron públicamente. Aseguraron que administraría con honestidad los destinos de la ciudad y que seguiría la línea política del presidente Echeverría y del gobernador Zorrilla en beneficio de las clases trabajadoras.
 
A pesar de la aceptación del candidato entre las esferas priistas, la conformación de su planilla no se llevó a cabo de manera ordenada. Se hablaba de una desbandada y del lanzamiento de un candidato independiente para aprovechar la no participación del PAN en las elecciones. Se mencionó un forcejeo entre los diversos grupos del PRI (CTM, CROC y CNOP) para obtener regidurías de último momento y de falta de lealtad al presidente Luis Echeverría, precisamente a la mitad de su mandato.
 
Según crónicas, la elección de Monterrey fue la única organizada por el partido estatal: “ordenada, alegre, emotiva y democrática”. Una vez que realizó el juramento, González Sáenz se dirigió a los militantes con un “discurso emotivo, ligero, pero condenatorio” que duró doce minutos. Arremetió contra los apátridas que “pretenden cambiar las reglas que la nación se ha dado”; contra los mercenarios enemigos del orden, y los rufianes que intentan dinamitar el andamiaje que conforma la vida de la nación. Pidió respaldar al presidente Echeverría y a su política mexicanista, revolucionaria y patriótica, creando un nuevo pacto nacional junto a las fuerzas más progresistas para sacar adelante al país de las crisis en que estaba inmerso.
 
De esta manera, concluyó la precampaña, en la que la militancia local y sus bases pusieron en predicamento a la dirigencia nacional priista, exhibiendo su autoritarismo y falta de apertura democrática

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