Invidentes sufren por transporte y banquetas en Monterrey
Ramiro no ve a las personas, las siente; el hombre lleva 14 años de los 50 que tiene, como masajista y no deja de aprender.
- Por: Edwin González
- 07 Noviembre 2023, 22:43
Ramiro usa sus manos para curar el dolor de los músculos. Usa sus oídos para caminar entre los carros y su corazón para conocer a las personas. No ve y le daría miedo volver a hacerlo. En Monterrey, Ramiro sufre por la falta de transporte y las banquetas en mal estado.
-Si no aprendes, te voy a dejar aquí, a ver cómo le haces para llegar a tu casa-.
Rodolfo no dejó que Ramiro siguiera pidiendo limosna. Sus métodos no eran ortodoxos, pero sí efectivos. Él le enseñó a Ramiro a caminar en Monterrey, una ciudad no hecha para personas con discapacidad visual.
Entre las sombras, la de Rodolfo le inspiró confianza. ''Se necesita un ciego para guiar a otro ciego''. Así conoció que el bastón es la manera como mira; que la yema de sus dedos le transmite cada detalle de los músculos que soba. Rodolfo ya murió, pero su alegría y sus enseñanzas, perduran en Ramiro.
Rodolfo y Ramiro compartieron la plaza central de Guadalupe, donde daban masajes junto con otras personas con alguna discapacidad visual en específico. Rodolfo ya no está, pero Ramiro aún continúa aliviando el dolor de las personas. Un buen día puede dar más de 20 masajes; sus manos no se cansan.
El hombre lleva 14 años de los 50 que tiene, como masajista. No deja de aprender y está listo por si un doctor llega como cliente y detective, para interrogarlo. Ramiro habla de la columna, sus extremos y la escápula u omóplato. Habla del elevador de la escápula y el músculo externo, calmado y seguro de sí mismo.
Son las yemas de sus dedos las que le dicen cómo un oficinista sufre diferentes dolores que un atleta. También si es dolor por tiempo de frío, pues es ahí donde las personas se encogen para mantener el calor y afectar su columna.
Lo que pasa es que nosotros tenemos esa sensibilidad entre las manos y sentimos más que las personas que ven. En nuestro trabajo nos enfocamos de más, porque la persona que ve, siempre se distrae en alguna cosa y uno no, se enfoca.
Ramiro.
Ramiro continúa aprendiendo siempre. Desde que perdió el miedo, continúa. Al inicio no fue fácil. Él perdió la vista a los 19 años, después de un accidente cuyos detalles se los guarda, pero comparte la última vez que sus ojos le mostraron el mundo: fue un baile de 15 años, donde las personas bailaban cumbias norteñas.
Fue gracias a su madre que no dejó que la depresión ganara. Él ya tenía planes y hasta iba a casarse. Pondría un negocio y cumpliría sus sueños, pero el destino le tenía guardado algo mejor, conocer a las personas más allá de la vista.
A mí me dijo hace tiempo un compañero: oye, ¿te gustaría volver a ver? Me daría miedo volver a ver, ahorita vivo feliz como soy y soy feliz como soy y creo que no hay comparación de este lado a aquel lado, yo perdí muchas cosas cuando perdí la vista, pero he ganado mucho más ahora que estoy de este lado.
Ramiro.
Ahora siente a las personas. Perdió la vista, pero ganó la capacidad de sentir a las personas. Así como aprendió a cruzar las grandes avenidas de Monterrey, en silencio, sin ruido, así aprendió a conocer a las personas. Por ello, no pide volver a ver, sólo pide dos cosas:
Que a la gente que tiene negocios en Monterrey, en toda el área metropolitana, arreglar las banquetas, porque hay unas que, qué bárbaro, están llenas de pozos, que nomás porque es muy listo uno, sino ahí cae. Y otra es que hubiera más plazas públicas para todos los compañeros que tienen la discapacidad mía para que pudieran desarrollar esto que tenemos aquí.
Ramiro.
Ramiro pide que municipios como Santa Catarina, promuevan que masajistas con discapacidades visuales, se instalen en sus plazas públicas, que los parques sean para personas con estas debilidades físicas y no para personas que pueden tener bien todos sus sentidos.
Además, como parte de la sociedad en la que vive, Ramiro también sufre por el transporte. En Guadalupe desaparecieron varias paradas de autobuses y sitios taxis, lo que hace que deba caminar para buscar dónde tomar un transporte que lo lleve a casa.
Ramiro se siente feliz con la vida que le tocó, con sus sueños y el curar el dolor de las personas. En Monterrey hace falta más oportunidades para sus compañeros, pero él, está feliz. No ve, pero siente a las personas, sin sus ojos, conoce el humor, el tono de voz, la personalidad de los que llegan al parque de Guadalupe por un masaje.
Ahora visualizo eso, siento a las personas, cuando ves, no percibes eso demasiado.
Ramiro.
Ramiro no pide volver a ver, pide oportunidades para que él, Selene, su esposa, quien también sufre de ceguera total y todos los que vienen puedan vivir en una sociedad que los incluya y no los discrimine.
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